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Tibet 2005

Las historias

Date: Tue, 10 Sep 2005 08:16:07

From: CUENCA CANDEL Norberto

To: many_people

Subject: Tibet

 

Normalmente preparo poco y mal mis viajes pero en esta ocasión he batido todos mis record previos de desorganización. Precisamente cuando se trataba de un destino delicado, que requiere infinidad de permisos, un mínimo de equipamiento especial, apalabrar transportes compartidos y otra serie de arreglos, lo hemos (Katia y yo ;·) ) tenido que montar todo a salto de mata. Un desastre logístico pero, a pesar de todo, un gran viaje.

A mis escasas dotes de preparación no ayudó en nada una serie de "complicaciones" médicas antes del viaje. Básicamente no tenía nada, pero nadie en China me supo decir por que mi pecho hacia una serie de gruñidos extraños cuando se le antojaba. Después de una concatenación de incompetencias médicas que duro casi un mes, tuve luz verde para ir al Tibet UNA SEMANA antes de las vacaciones. La guía del Tibet la recibí a escasos 5 días de salir, los billetes los compré a 4 días, la ropa hasta el último, y las botas de monte justo antes de que cerrasen la última tienda abierta la noche antes de volar. A todo ese follón se vino a añadir el cierre de asuntos pendientes de la oficina. Un estrés!

Viajar al Tibet no tiene nada que ver con viajar a otras provincias (.será porque era otro país y lo invadieron ?? ). Para empezar, geográficamente, el Tibet es un sitio bastante especial. La meseta esta a unos 4.500 metros de altura media y es de grande como unas 2 Españas. No puedes ir tan ricamente con tu coche por la provincia de al lado y decir, ups! he cruzado al Tibet: solo hay 3 carreteras que suban a la meseta y están controladas por el ejercito. Por dificultades del terreno, esas carreteras son auténticos infiernos que "escalan" hasta arriba tras muchos días de curvas. Vamos, que hay que ir en avión, pero tampoco es fácil. Solo Air China vuela al Tibet y los billetes valen un riñón por culpa del monopolio. Además, para controlar que quien entra no es un subversivo pro independentista o, simplemente, para poner las cosas difíciles y desanimar a los turista (sobre todo cutre-mochileros) es obligatorio ir en un grupo organizado. La única excepción a la regla es Chengdu donde las agencias de viajes "organizan grupos" (simplemente ponen a todos los viajeros independientes juntos y dicen que es un grupo) para pedir los permisos. El tour que te venden es solamente el billete de ida y la crujida correspondiente por conseguirte el permiso para entrar en el Tibet.

Después de una semana corriendo y durmiendo poco, el sábado por la mañana, con madrugón incluido, volamos a Chengdu. Después de vaguear un día en Chegdu nos tocó volver a madrugar para volar a Lhasa. Casi me pego por conseguir ventanilla porque las vistas en ese vuelo debían ser las más espectaculares de mi vida, pero salio nublado. Solo vimos algún pico nevado que sobresalía de las nubes. Llegamos a Lhasa sin hotel reservado porque en Agosto, los cabrones, no aceptan reservas sabiendo que se van a llenar. Al cabo de un ratito en el autobús del aeropuerto uno nota algo raro en el cuerpo, pero no está muy claro qué es. La cosa empieza a aclararse cuando te pones a dar vueltas de albergue en albergue cargado con la mochila y te sientes como si llevases un elefante encima. Lhasa está sólo a 3.700 m, lo más bajito del Tibet, pero viniendo de las llanuras de abajo la subida es fuerte.

Tras un par de vueltas agotadoras conseguimos la última habitación barata disponible en un hotel bastante majo y pudimos descansar un poco. En todas partes  recomiendan que al llegar a Lhasa te lo tomes con calma, bebas mucho y comas poco. Lo sabíamos, pero el hambre ciega. La primera comida Tibetana fue un filetón de yak con patatas y chuletas de cordero. Casi palmo durante la digestión. La poca sangre que quedaba disponible para mi cerebro se fue toda al estomago.

Lo sensato durante los primeros días en Lhasa hubiera sido sentarnos unas cuantas horas a leer la guía, decidir dónde queríamos ir lo antes posible y empezar organizar permisos y buscar compañeros de viaje. Pero claro, con las vacaciones recién estrenadas, en la capital del Tibet rodeado de cosas interesantes; lo último que te apetece es ponerte a hacer los deberes. En la línea caótica que nos caracteriza nos dedicamos a dar vueltas sin rumbo durante un par de días y no hacer nada de índole práctica.

Lhasa, como Kashgar, como Xiahe y otros muchos sitios "colonizados" por los chinos, tiene dos mitades claras. La parte china es un horror de cemento y cristales azules igual de feo que el resto de China, pero la parte tibetana es una maravilla. Había oído muchas cosas malas sobre la "chinificación" de Lhasa pero me sorprendió gratamente. No es que no sea cierto, pero si te quedas en el barrio tibetano la influencia se nota poco. Las casas de la parte antigua son todas de estilo tradicional. Incluso los edificios modernos tienen la misma estructura. Son casas de 3 o 4 plantas con alzado trapezoidal, con un patio interior tipo corrala, y ventanas con un "marco" negro trapezoidal. Las calles son estrechas y están llenas de tiendas de cosas del lugar. Hay montones de tabernas tibetanas, tiendas de manteca de yak y té, herboristas, sastres, carniceros con cachos de yak de tamaño Picapiedra.. En el centro de todo eso, añadiendo mucho sabor tibetano, está el Barkhor, algo difícil de describir. En la religión tibetana existe el concepto de "kora" que consiste en dar vueltas en sentido horario alrededor de un templo, monasterio, montaña o lugar sagrado de turno. Al hacer koras ganas puntos de "karma bueno" (si haces las koras en sentido antihorario restas!). Otras formas de hacer puntos de karma es rezando en persona o haciendo girar ruedas de rezos, que son un gran invento de la religión tibetana: se mete en un cilindro de metal un rollo de escrituras con miles de oraciones y cada vez que le das una vuelta "se rezan" todas esas oraciones. Anda que no habría avanzado el mundo occidental si hubiésemos adoptado esa técnica. En vez de pasarte una tarde de rodillas en la iglesia rezando tres rosarios te podrías dedicar a tomar café o irte a inventar la imprenta. En fin, costumbres. En realidad se suele juntar todo en uno: a lo largo del recorrido de una kora normalmente hay filas y más filas de ruedas de rezos y a su vez la gente hace girar a una rueda manual portátil a la vez que anda. Un show. Ahora si puedo explicar el Barkhor: es una de las koras más sagradas del Tibet (cuanto más sagrada más puntos ganas) y está en el medio de Lhasa. A darle vueltas (y a comprar cositas) acude gente de todas partes y eso te permite, estando en la ciudad más "moderna" del Tibet, ver pasar a todas horas gente de los rincones más lejanos del país. A todas horas del día hay gente girando en el circuito y por supuesto te puedes unir al río de gente. Es siempre el mismo recorrido pero siempre es distinto porque las caras que te acompañan son cada vez diferentes. Hay algo adictivo en el Barkhor. Al final, cada vez que cruzas una de las calles que forman el la kora o que pasas remotamente cerca, acabas uniéndose al desfile y dando una vuelta. Creo que mi karma debe andar por las nubes, porque en los 7 días que pasé en Lhasa he dado tantas vueltas como el peregrino más pintado.

Qué más hay en Lhasa?.. La kora del Barkhor da vueltas alrededor del Jokhand, el templo "fundacional" del budismo tibetano que es otra maravilla. El Jorkhand es un templo con una atmósfera religiosa especialmente densa. Frente a la puerta principal hay permanentemente unas cuantas personas  -incluidos viejos a cuya edad sus coetáneos españoles no serían capaces ni de tocarse las rodillas- que se dedican a hacer postraciones de cuerpo entero una detrás de otra. No paran desde la mañana hasta la noche y las piedras del suelo brillan del pulido que les meten con tanto frotar. Hay gente que en vez de pasos, hace las koras a base de postraciones. Son muy bestias. Es impresionante que sigan vivos viendo la cantidad de mierda que llega a acumular su ropa. Una vez traspasada la puerta llega el momento discriminatorio-anticlímax cuando un monje te pide una barbaridad de pasta -7 euros- por entrar, mientras una manada de tibetanos pasa tan pancha. Supongo que si fuese lo suficientemente moreno y me vistiese con unos andrajos no pagaría. La distinción se basa en la pinta de tu jeta. Muy mal. El único consuelo que te queda es que los chinos con cara de turista pagan también. Dentro del Jorkhand hay una kora interna y millones de peregrinos dando vueltas a toda leche. En algunas puertas estrechas que dejan paso a las capillas se forman colas -o montoneras, más bien- de tibetanos. El templo es oscuro, las maderas se notan muy viejas y pulidas de tanto tocar. Todas las paredes están llenas de recargadas imágenes tibetanas ahumadas  que son tirando a gore. Creo que hay que hacer un master pare entender algo de la simbología que hay detrás. Por todas partes huele a incienso y a manteca de yak. Los peregrinos van dejando billetes de 10 céntimos en las capillas, en las imágenes, en las manos del monje de turno... También llevan un bote de manteca y van alimentando con cucharas unos enormes candeleros donde unas mechas no paran nunca de arder. Los monjes andan de acá para allá recogiendo manteca sobrante, poniendo orden en alguna melé de peregrinos, o simplemente se quedan sentados en las capillas vigilando y contando las montañas de billetillos que se forman. En esos momentos -y  cuando te cobran los tickets- no tienen una pinta muy espiritual que digamos. Metidos en esa atmósfera de devoción, los guiris parecemos marcianos caídos del cielo. En el techo del templo, con vistas al Barkhor, un chino espabilado ha montado una tienda de souvenir y un chiringuito de refrescos, el otro polo anticlímax del templo.

Además del Jorkhand, Lhasa y alrededores están llenos de monasterios. Encaramados en las faldas de las montañas que rodean la ciudad están algunos de los más importantes del Tibet. En sus tiempos vivían en cada uno de ellos miles de mojes. Eran como pequeñas ciudades amuralladas. Durante la Revolución Cultural los chinos se cargaron TODOS los monasterios del Tibet (ya hacen falta ganas de destruir, porque había más de 8.000!). Desde hace unos años la cosa se va recuperando poco a poco: los monjes vuelven, los edificios principales se reconstruyen...pero las partes no restauradas siguen siendo mayoría y las poblaciones de monjes son una fracción de lo que fueron. En fin. No se si será imposición china o decisión de los propios monjes, pero el precio de la entrada en todos estos sitios son una burrada: 7, 5, 4 euros, por supuesto, solo para guiris. Por si eso no fuese suficiente también imponen una "Picture fee" que consisten en clavarte otras cantidades absurdas por hacer fotos..

En uno de esos templos, en Sera, tienen la tradición de reunirse a debatir todos los días a las 3 de la tarde. Es una parte de la formación intelectual de los monjes y es muy divertido de ver. En un patio, a la sombra de unos árboles, se juntan todos los monjes. Se sientan en grupitos, en corros grandes, contra los muros... Al dar las tres se abre el debate y de golpe se monta un escándalo considerable. Los monjes se lanzan argumentos unos a otros y para marcar el final de su intervención dan una palmada. Entonces, alguno de sus contertulios replica con un contra-argumento y pega otra palmada, y así sucesivamente. Cuando me hablaron de "debate en un templo" me esperaba una especie de conversaciones susurradas entre maestro y pequeño saltamontes, pero no, todo lo contrario. Es un todos contra todos de monjes entre monjes, a muchos decibelios, con gesticulación potente, palmadas sonoras, risas, saltos de indignación ... todo menos metafísico. Como hablan en tibetano, yo no entendía ni palabra pero podrían haber estado perfectamente comentando el penalti inventado de un futbolista. Si estuviésemos en España aquello podría ser un bar de pueblo en el descanso de un Madrid-Barça. A las 5, igual de abruptamente que había empezado, se acaba. Todos se callan, se ponen de pie y se van a sus cuartos.

La guinda, aunque no sea un templo, de los precios abusivos, es el Potala, 10! Euros! En este caso sí estoy seguro que es un invento de los chinos, al igual que el sistema de colas absurdas, reservas y asignaciones de playas horarias para visitarlo. Aunque uno quiera, es casi imposible pagar esa burrada porque lo han puesto demasiado difícil. Nosotros lo conseguimos abusando de la generosidad de una señora que estaba apunto de entrar en la taquilla de reservas. La cola era tan kilométrica que si no hubiese sido por ella no lo habríamos conseguido. Al día siguiente, a la hora que se nos asigno, pudimos pagar y entrar. Si uno se olvida de la burocracia kafkaiana, el palacio en si es una maravilla. Desde fuera es impresionante, es lo más alto de Lhasa con diferencia aunque los chinos sigan haciendo sus pinitos con monstruosidades arquitectónicas aquí y allá. Se puede ver desde todos sitios. En frente le han construido una plaza horrenda con un pseudo-monumento conmemorativo de la "autonomía" del Tibet. Un buen sitio para rociar con napalm. Alrededor del risco sobre el que se levanta el Potala hay una kora, (como van a dejar algo sagrado sin kora?!) con su reguero continuo de peregrinos. El interior es también espectacular. Las decoraciones y motivos son similares a otros templos, pero aquí son más recargadas y más finas. También es interesante pasearse por las habitaciones del ausente Dalai Lama, del que no se dice ni pío (tener fotos suyas es un delito grave en China, por ejemplo). Por alguna razón los tibetanos hacen las escaleras muy empinadas. En vez de poner dos tramos y un descansillo, ponen un tramo que es casi vertical. Las del Potala meten especialmente miedo porque son muy largas. Me imagino que han ayudado a reencarnarse a más de un monje viejito. Otro sitio espectacular del Potala son los wateres, aunque, bien mirado, no deberían llamarse así porque no hay agua por ningún sitio. Están construidos en un voladizo del palacio y el agujero en el suelo se abre sobre una caída de 40 metros. Debe ser divertido verlas caer.

Dando vueltas y viendo templos se nos paso felizmente el tiempo sin hacer nada constructivo con nuestro proyecto (mejor dicho ausencia de proyecto) de viaje. Para entonces, sin haber leído gran cosa, pero destilando comentarios ajenos, nos pareció que ir al oeste remoto, al monte Kailash y el lago Manasarovar, podía ser una buena opción. Preguntando en las agencias de viajes nos dijeron que era posible hacerlo en dos semanas, que es lo que nos iba a quedar, y nos decidimos por esa opción. Fue al empezar a concretar cuando nos dimos cuenta de que, por pasarnos de huevones, la habíamos cagado. Para llegar al destino elegido hacen falta 5 permisos distintos, algunos militares, y se tardaba unos 2 días en procesar. Si hubiésemos tomado la decisión firme un miércoles normal podríamos haberlo tenido listo para el viernes, pero ese jueves era no-se-que festivo local y los fines de semana no trabajan los de los permisos. 1000 puntos. Para mejorar la situación solo éramos dos y necesitábamos 2 más para que el precio del jeep no fuese ultrajante, pero claro, los otros dos no los podíamos subir al coche a ultima hora, sus nombres tenían que estar en los permisos también. 10.000 puntos. O sea que a mitad del miércoles nos encontramos con que, o ocurren un par de milagros o no podemos ir donde queremos. El milagro numero uno era que desde el jueves por la mañana hasta el viernes por la tarde nos consiguiesen los 5 permisos con un festivo en medio. El milagro numero 2 era encontrar en una tarde a dos personas dispuestas a meterse en ese tinglado a la mañana siguiente. Todo lo que no habíamos hecho hasta entonces lo tuvimos que hacer corriendo esa tarde. Recorrimos todas las agencias, leímos todos los anuncios de los tablones en busca de gente que fuese a Kailash, pegamos nuestros propios anuncios (muy divertidos por cierto, del tipo "si quieres venirte a Kailash, nos lo tienes que decir antes de esta misma noche!").al final del día preguntaba directamente a los turistas que tuviesen cara de querer ir al Kailash. Más estrés! La prueba de fuego era a la mañana siguiente. Habíamos quedado a las 9 en la agencia. Si aparecía alguien listo para unirse a nosotros entonces intentábamos el milagro número uno todos juntos. Salio demasiado bien porque vinieron 3 personas, cada una con su historia. Por un lado un par de italianos -Alberto y Carlo- que iban a Kashgar recorriendo el Tibet hacia el oeste y nuestro viaje les servía para la mayor parte del camino. Por otro lado una coreana -Maggie- que llevaba dos semanas intentando meterse en un grupo que fuese a Kailash. La pandilla basura, vamos. Después de un rato poniéndonos de acuerdo, dejamos por fin todos los pasaportes rezándoles a todos los budas para que el papeleo fuese rápido y estuviese para el viernes. Nos quedaba un día de tensa espera . y ya que era festivo, pues nos fuimos a ver la fiesta.

La celebración en cuestión era en Drepung, otro de los grandes monasterios de las afueras. Según nos habían explicado se trataba de, al alba, desenrollar un gran tanka (pintura religiosa) en la colina del templo y dejarla expuesta hasta la tarde. Se suponía que iría mucha gente y así fue. Nos tuvimos que bajar del autobús a varios kilómetros del monasterio porque las carreteras estaban colapsadas, y eso que llegamos muy tarde. El monasterio está un poco alto y nos toco subir por las faldas del monte contra un rió de gente que ya se retiraba. Al lado del camino había prados y la gente andaba por allí esparcida, de picnic dominguero. Había señores a caballo, críos jugando, familias de barbacoa. A mi la cosa se me antojaba bastante similar a la romería de mi pueblo. En Almansa paseamos un figurín de la virgen y aquí desenrollan un póster gigante de buda, pero el concepto, es curiosamente cercano. Solo faltaban borrachos cayéndose a la acequia y gente tirando carretillas.

El monasterio en cuestión es enorme y tiene su kora de rigor. El famoso y festejado tanka -espectacular, del tamaño de un campo de fútbol- también. Supongo que hacer esas koras en ese preciso día debía dar mucho karma porque la gente no paraba de dar vueltas a uno y a otro. Después de un rato empezaron a cubrir el tanka con una tela amarilla también enorme. Cuando nos cansamos de mirar el proceso nos fuimos a ver el monasterio y nos topamos con las cocinas. Sorprendentemente siguen siendo las mismas que antes de la destrucción y tenía unos calderos suficientes para dar de beber té a varios miles de monjes. Impresionantes. Cuando ya nos íbamos, nos cruzamos con una fila de monjes cargando un canuto king-size que era el rollo formado con el tanka. Andaban por las callejas del monasterio tropezándose como un gusano con muchas patas humanas. Pusieron el canuto en un cajón especial dentro del templo y así se acabó la fiesta.

El viernes por la tarde llegó la hora de la verdad. A las seis acudimos todas las partes implicadas a la agencia a oír el veredicto. Nos toco hacer cola detrás de otros guiris que no acababan nunca. Nervios. Por fin, las noticias: los permisos están listos y se puede salir el sábado, pero hay un montón de peros. La coreana no nos había dicho que su visado estaba apunto de caducar y que había tenido un roce con la policía porque no se lo querían extender. La de la agencia había conseguido los permisos para todos pero había tenido que prometer por escrito que nos haríamos responsables de que estuviese en la frontera nepalí el día 16 como muy tarde. Eso implicaba que teníamos que correr todo el viaje de ida y vuelta y el itinerario era rígido como la piedra. Tampoco la podíamos echar del grupo porque la agencia había dado su palabra de que haría ese viaje. Por otro lado, como éramos 5 y es obligatorio llevar guía para ir a Kailash, no teníamos coche donde meternos. De nuevo la de la agencia había negociado un chanchullo con un chofer que aceptaría el riesgo de ser multado por dejarnos el guía en Lhasa a cambio de 1000 yuanes extra. Solucionado, pero tendríamos que apretarnos. Cuando acabamos de concretar todo eran las 8, salíamos a las 7 de la mañana del día siguiente y todavía teníamos que comprar mil cosas para el camino. Para no romper la tradición nos fuimos de compras de corre prisas y lo conseguimos todo in extremis. Más estrés! Desde que habíamos aterrizado en Lhasa, ya sea por la altura, para coger un autobús mañanero u otras historias, no habíamos dormido hasta descansar. Esa noche tampoco iba a ser. Unas vacaciones de puro descanso.

A la mañana siguiente, a las 7, con las consiguientes ojeras acumuladas, conocimos a nuestro chofer, el señor Bemba y nuestro 4x4, un Toyota Landcruiser de los viejos. Según Bemba, ese coche tenía aura sagrada porque en su día había llevado al anterior Panchen Lama. Teniendo en cuenta que el pobre Panchen palmó en el 89 no era precisamente una buena noticia. Las carreteras del Tibet están llenas de Landcruiser ultimo modelo y el nuestro era claramente un abuelo achacoso al lado del resto. La elección no había sido casual. Ese modelo tenía un asiento del copiloto extra-grande (y extraduro), pero sería muy optimista decir que era doble. En vista de la composición del grupo estaba claro a quien le iba a tocar apretujarse: a Katia y servidor. Así, arrimaditos, salimos de Lhasa rumbo a lo desconocido. Empezaba la paliza de carretera.

Para llegar al monte Kailash hacen falta 3 días parando prácticamente solo para dormir. Eso sería un infierno si el paisaje no te amenizase las horas de botes y rebotes que pasas en el asiento del coche. Llamar al Tibet "el techo del mundo" siempre me sonó a estupidez porque no me puedo imaginar las montañas en el techo. Creo que aunque menos poético, "La mesa del mundo" se ajusta mejor a la realidad. Es una superficie enorme que se levanta por encima de las cimas más altas de Europa. En cualquier sitio del Tibet estás rodeado de picos de más de 5000 m, pero como el valle esta a 4000, no tienes la sensación de altura que producen otras montañas más bajas. Lo que sí delata la altura es el cielo, que está muy bajo. Se nota que las nubes están siempre solo un poco más arriba de tu cabeza, casi tocando las montañas. Otra forma de notar la altura es hacer cualquier cosa mínimamente física y quedarse sin aliento a los dos minutos.

Los alrededores de Lhasa podrían ser un valle montañoso de cualquier sitio. Debido a que la latitud es subtropical, los 4000 m no se notan casi en la vegetación. Los picos están cubiertos de hierba hasta arriba y no hay nieve. En los valles hay cultivos de todo tipo, árboles, vacas, cerdos.. no hay bosques, eso si. A la misma altura en montañas europeas cabría esperar riachuelillos de deshielo, pero en estos valles hay ríos de verdad con un caudal que ya lo quisiera el Tajo para su desembocadura. No es casualidad que en la meseta del tibet nazcan algunos de los ríos más importantes del planeta: el Amarillo, el Yangtze, el Bramaputra, el Indus, el Mekong.

El primer día la carretera discurría junto a un rió grande. Al lado del camino teníamos campos y pueblos bastante bonitos. Pasamos valles escarpados, puertos de montaña a 4500 m, monasterios encaramados al pico más difícil. La carretera dejó pronto de ser asfaltada (para siempre). Como había llovido, cada poco nos encontrábamos con corrimientos que cubrían el camino, con pozas de barro, o con torrentes.. Muy variado. Llegamos casi de noche a Lhatse, a 4000 y pico, para pasar la primera noche. Era el último pueblo con electricidad y duchas en el resto del viaje. A la mañana siguiente nos negamos a madrugar más de las 8.

A medida que íbamos hacia el oeste, la meseta va ganando lentamente altura y los pasos de montaña eran cada vez más altos. Ese día el máximo fue 4900, al día siguiente 5200, por supuesto, sin nieve, ni curvas. Simplemente la carretera se empina un poco más y en un punto resulta que estás pasando un puerto redondeado, como si fuese un gran badén, a 4900 m. El segundo día también llovió y nos toco ver más desprendimientos de tierra, más torrentes que saltaban la carretera, más barro e incluso un camión que había volcado en medio de ninguna parte. No me quiero ni imaginar los días que le tocó pasar allí al pobre chofer hasta que lo levantasen. En ese punto vimos en directo como un camión militar casi se despeñaba ladera abajo al intentar salir del camino para pasar al que volcó. Les falto el canto un duro.

A mitad del día, a partir de 4,500 m más o menos, dejó de haber cultivos y pueblos, pero no gente. El resto del camino, lo mismo que el resto del Tibet, es territorio de los nómadas. Por remoto que parezca el valle por donde andas, nunca deja de haber rebaños de yaks, de cabras y tiendas de campaña. Recuerda un poco a Mongolia pero, comparadas con las ger mongolas, las tiendas de lana tibetanas son un cuchitril. Como por la mañana habíamos salido con retraso, esa noche no pudimos llegar a Zhongba, el destino inicialmente previsto. Ese contratiempo nos valió una ducha. El sitio donde tuvimos que parar, Saga, es también un pueblucho, pero chino. Los chinos, al contrario que los tibetanos, muestran interés por el agua y la higiene y esa noche tuvimos agua corriente y una cama sucia pero decente.

El tercer día de paliza empezó muy temprano, todavía de noche. Tuvimos bastantes momentos de paisaje espectacular durante la jornada. A mediodía nos encontramos con un valle lleno de dunas. Era un mini desierto en medio de las praderas y parecía totalmente fuera de lugar. Aprovechamos el sitio para hacer un picnic playero. Al poco, en una zona donde el valle era casi una llanura, tuvimos una vista impresionante hacia el sur de la cara norte del Himalaya. Teníamos delante una hilera de 6 y 7 miles ocupando todo el horizonte y detrás, aunque no se veía, Nepal y la India. Usando un mapa bueno conseguimos identificar un 8000 que estaba en la India. Espectacular. Tuvimos mucha suerte porque el cielo llevaba medio cubierto varios días. La zona por donde andábamos circulando era de nomadéo y los pueblos, que no merecían tal nombre, eran feos y desalmados. Parecían sacados de una película de vaqueros pero con casas tibetanas. Esos sitios existen solo para servir como altos en el camino pero hasta para eso sirven mal. Lo poco que se ofrecía para comer estaba pésimo y era muy caro, no había ni gasolineras, y los sitios de dormir..no coment. Lo único disponible eran dormitorios con el suelo de tierra, con un montón de catres cuya ropa de cama llevaba sin cambiar ni se sabe, sin agua, sin electricidad y el water, si lo había, es un agujero en el suelo en una habitación sin puestas ni techo y muros hasta la cadera. Por ese tipo de alojamiento, en otras partes de China se habría pagado unos 10 yuanes, pero en esa carretera nos tocaba pagar barbaridades... hasta 5 Euros! No tienes escapatoria. Es curioso que en todos esos sitios remotos, donde no hay ni agua ni electricidad, siempre hay teléfono. Desde que dejamos Lhasa, junto al camino, no dejó de haber una hilera de postes de teléfono llevando un cable que comunica el este y el oeste. Es una indicación bastante clara de lo que el gobierno considera prioritario: el control. A lo largo del camino tuvimos que pasar unos cuantos controles militares. En todos, en su garita cochambrosa, habían recibido un fax con nuestros nombres anunciando que íbamos. Servicios y comodidades, cero, pero control impecable.

Esa tarde por fin vimos aparecer en el horizonte el monte Kailash y la paliza de los días anteriores empezó a cobrar sentido. En el Tibet hay muchas montañas.si tanto los hindúes como los tibetanos se habían puesto de acuerdo para elegir la más sagrada debía ser por algo. El monte Kailash es la montaña que dibujas cuando tienes 4 añitos. Un pico perfecto con un gorro de nieves perpetuas. No es muy alto para los estándares tibetanos, sólo 6700m, pero no forma parte de ninguna cordillera, está ahí, al lado del lago, solo, imponente. El lago es otra maravilla. Es enorme y tiene todos los tonos del azul verdoso. En la orilla sur hay otra montaña de 7700 con un montón de glaciares chorreando por todas partes. Mires donde mires te quedas con la boca abierta.

Esa noche dormimos a los pies de un monasterio encaramado en una colina al borde del lago. Nada que ver con los tugurios de la carretera. Era el mismo tipo de sitio pero limpio y con una ubicación de cuento de hadas. Por la noche, a 4700 m de altura, a 400 km de la luz eléctrica más cercana, con el cielo limpio, sin luna y a mediados de agosto vi mas estrellas el cielo que nunca antes en mi vida, incluidas muchas fugaces. El único inconveniente del espectáculo nocturno era la rasca creciente que hace al caer el sol!

Al día siguiente por fin podíamos olvidarnos del coche. Se suponía que era una jornada de descanso junto al lago antes de empezar a andar alrededor del Kailash, pero no. Tan pronto como nos despertamos empezamos a correr de un lado para otro porque el sitio era tan increíble que queríamos aprovechar. Detrás de la casa donde dormimos había una especie de cráter con un lago de colores extraños y fumarolas sulfurosas. Resulto ser un manantial de aguas termales. Al lado de las chimeneas nacían chorrillos de agua hirviendo! Al otro lado del cráter había una roca con un monasterio minúsculo donde vivía un monje solo. Desde el techo del monasterio tenías una vista impresionante del lago, de Kailash y del 7 mil de la orilla sur. Era como para pasarse allí sentado una semana. Fuimos a pasear junto al lago, a trepar las colinas cercanas y antes de darnos cuenta era la hora de irnos hacia la base del Kailash. Un día más estábamos reventados. Esa noche dormimos en Darchen, el pueblo que sirve de principio y fin de la kora. Darchen resulto ser otro agujero inmundo para olvidar donde, para mayor agravio, nos hicieron pagar un kora-fee de 5 euros por cruzar una barrera que se podía rodear por todas partes. Una autentica emboscada para guiris. Después del atracón de actividad bajo el sol que me metí ese día, me empecé a sentir mal y esa noche me fui a la cama sin cenar y con fiebre. A la mañana siguiente debíamos empezar la kora.

El circuito completo alrededor del Kailash mide 52 km. Los peregrinos tibetanos lo hacen en un día levantándose antes del alba y acabándolo por la tarde. Una barbaridad. Los guiris solo aspiramos a completarlo en 3 días. El primero son 20 km empezando a 4.700 y acabando a más de 5000. El segundo son 17 km pasando un puerto a 5,670m y el tercer día, más fácil, se acaba el círculo en bajada.

El dia D me levante con 38 de fiebre después de dormir mal. Alberto estaba igual. Habíamos previsto empezar a las 8 pero a las 9 y media todavía estábamos viendo que hacer. Las aspirinas que me tomé empezaron a hacer efecto y a eso de las 10 decidimos comenzar con calma y ver que pasaba. Salió un día perfecto. Ni una nube. El Kailash refulgía. Después de un buen rato andando entramos en el valle oeste. Un cañón profundo con un río, cascadas, torrentes y unas vistas impresionantes del pico. El camino sube a ratos y por desgracia baja también, con lo que después hay que volver a subir. Nos lo tomamos con calma y Katia y yo nos quedamos los últimos. Conforme pasaba el día me fui sintiendo más en forma. Cuando llegamos por la tarde, a eso de las 5, al monasterio para pasar la primera noche, estaba pletórico. El sitio donde se duerme no es el monasterio en si, sino un barracón anexo. Otra pocilga inmunda con camas que nunca se lavaron. La cara norte es una pared vertical con unas cornisas de nieve en la punta que desafían la gravedad. Es la más impresionante de todas y afortunadamente nuestro tugurio estaba justo debajo. Al llegar al barracón los otros 3 nos estaban tirados al sol esperando. Por entonces me sentía tan en forma que decidí acercarme a la cara norte. Convencía Alberto y Maggie para que vinieran. Eran un par de kilómetros más de subida empinada al lado de un torrente y atravesando pedregales. A mitad del camino, a más de 5200, mis compañeros se dieron la vuelta y acabé solo siguiendo a un turista francés que iba delante. El glaciar de la cara norte parecía una bola de helado sucio gigante caída desde el pico. El hielo no permitía acercarse más a la pared de piedra pero desde allí era bastante impresionante. Cuando estaba ya volviendo me encontré con Maggie, que se lo había pensado mejor, y llegaba con media hora de retraso. Casi me congelo esperando a que terminase y diese la vuelta.

Aquel turista francés era parte de un grupo grande organizado. Desde hacía días eran los únicos turistas que habíamos encontrado. Ellos viajaban en primera: llevaban Landcruiser último modelo, un camión de soporte con cocinas portátiles, provisiones, cocineros, tiendas de campaña e incluso un water de campaña. A todo lujo. Durante la kora llevaban todo un rebaño de yaks transportándoles el equipo. En vez de soportar las miserias del barracón tenían su propio campamento a tutiplén. Nosotros, menos preparados, cenamos esa noche una lata de atún, que era el último tesoro culinario traído de Pekín, entre 5. Curiosamente bastó. La altura y el hambre no hacen buenos amigos.

A la mañana siguiente Katia se encontraba mal y le costaba andar. Los demás tampoco estábamos para tirar cohetes como era de esperar; lo normal. No tenía síntomas de mal de altura más bien de agotamiento. Hablamos con el guía del grupo de los franceses y nos recomendó descansar un día entero antes de seguir. Según el plan inicial, después de la kora, los italianos tenían que hacer un día más hacia el oeste para llegar al último pueblo antes de Xinjiang y los demás estaríamos un día esperando sin coche. Como teníamos ese margen nos podíamos permitir hacer la kora en 4 días y decidimos quedarnos en la cara norte de relax. Los demás salieron hacia el paso de 5670 y nosotros nos sentamos al sol a ver pasar peregrinos. Si los que van a Lhasa vienen de todos los rincones del Tibet, los que acuden al Kailash vienen de los sitios más profundos. Teníamos un desfile constante de gente pintoresca pasando por delante. Para ellos, lo pintoresco éramos nosotros. Todos se paraban, sonreían, me quitaban la guía, miraban las fotos, se descojonaban, les hacía una foto, la veían, se descojonaban y al rato se iban a toda velocidad que es como andan ellos. Es impresionante ver a señoras ancianas, encorvadas, dejarte atrás mientras tú jadeas y peleas cuesta arriba. Otro tanto ocurre con los críos, que hacen la kora al ritmo de los padres. Esa gente, además, no se conforma con dar una sola vuelta. Ya que van hasta tan lejos amortizan la inversión y consiguen todo el karma posible. Los números auspiciosos son 3, 13 o 108 vueltas!!! Una detrás de otra! Con 108 vueltas te garantizan la iluminación de ti y todas tus reencarnaciones.

En esa parte remota del Tibet todavía quedan muchos fieles de una religión arcaica, el Bon, que es la que existía en la meseta antes de la llegada del budismo, hace más de 1200 años. Sorprendentemente ha sobrevivido y además comparte algunos sitios sagrados con el budismo. En Kailash hay casi tantos peregrinos bon como tibetanos. Y como se sabe cual es su fe? Pues no es por la ropa, ni por la cara, sino por la dirección en la que andan. En el culto bon las koras se hacen en sentido anti-horario. Estuvimos un buen rato viendo pasar bonistas y budistas hasta que decidimos que no íbamos a pasar la noche en la cara norte. Katia estaba echa polvo y nos acojonamos con un dolorcillo que tenía en el pecho. Preferimos curarnos en salud y volver a Darchen. A media tarde empezamos a desandar el camino del primer día. Fue una pena no acabar la kora después de haber ido tan lejos para hacer precisamente eso, pero bueno. Como consolación repetimos la caminata del día anterior, que recorre la parte más bonita, pero en sentido contrario. Esa tarde nos cruzamos con un monto de peregrinos de la India que venían a ver "la casa de Shiva". Habíamos leído mucho sobre ellos pero eran los primeros que veíamos. Llegamos muertos, casi de noche, a Darchen. Dormimos en el horrible agujero de turno mientras los italianos y Maggie pasaban la segunda noche en la montaña. Por la mañana temprano aparecieron los italianos, hechos polvo, y cerraron el círculo. Corriendo, hicieron las maletas y se fueron con el chofer a Ali, camino de Kashgar. Nosotros esperamos a Maggie y conseguimos arreglar otro transporte para pasar ese día de espera al borde del Manasarovar en lugar de Darchen.

En las afueras de Darchen había varios campamentos y camiones de peregrinos también a punto de partir. Nosotros nos quejábamos de lo duro de nuestro asiento pero los peregrinos viajan durante días hacinados en la trasera de un camión del año catapún, al descubierto, amontonados junto a sus enseres y tragando toneladas de polvo. Una tortura que no le deseo a nadie. Por supuesto, ancianos y niños viajaban con los mismos comforts.

Junto al lago, en una caseta al borde del géiser termal, pudimos lavarnos. Era una especie de invernadero donde habían canalizado el agua hirviente. Era muy cutre, pero aun así muy por encima del estándar de higiene tibetana. Debía ser un invento chino. Fuese lo que fuese, las aguas sulfurosas nos dejaron la piel hecha trizas pero limpia. Un autentico gustazo quitarse la costra de mugre. Al día siguiente volvió Bemba y nos recogió para emprender camino de vuelta. De nuevo pasamos tres días en el coche, pero mucho más anchos! Los pueblos que a la ida nos había parecido agujeros cada vez más feos nos parecieron a la vuelta oasis de civilización creciente. El 15 por la noche llegamos a Lhatse y cumplimos el compromiso de dejar a Maggie enfilada para la frontera el 16. En el camino habíamos dejado el desvío que va al campamento base del Everest. Estaba lloviendo desde que empezamos a regresar y no habríamos visto el pico de todas formas. Después de Lhatse solo quedamos Katia y yo para todo el coche. Desde Latse estábamos a sólo un día de carretera de Lhasa, pero lo hicimos en 4. Nos tomamos la revancha por todo lo que habíamos corrido antes. Paramos en Sigatse y Gyantse, las dos paradas típicas en la ruta estándar al Everest. Si Lhasa era una capital de "pais", Sygatse era una capital provinciana y Gyantse un pueblo grande. Ambas tenían su barrio tibetano (la parte china era perfectamente dinamitable) muy bien conservado. Lo que en Lhasa eran edificios de 4 alturas en Sygatse solo tenían 2 y en Gyantse una y rodeada de vacas. Son ciudades muy agradables, con mucho carácter tibetano y muy relajadas. Los hoteles tenían duchas y sabanas limpias y los restaurantes carta con más de dos platos. Visitamos ambas sin prisas y nos sirvió para reponer fuerzas después de la paliza del Kailash.

Volver a Lhasa fue un shock de civilización! La ciudad estaba hasta arriba de banderas chinas y llena de turistas. En un par de semanas sería la celebración (china, por supuesto) de la "fundación" de la "autonomia del Tibet". Mientras estábamos fuera, las autoridades habían dejado de emitir permisos y no se podía viajar fuera de Lhasa. Los turistas estaban atrapados en la capital y habían sido "invitados" a partir. Todo eso para evitar que los extranjeros vieses los más que previsibles incidentes que se producirían en algún sitio durante los "festejos". Pasamos el último día comiendo en alguno de los sitios deliciosos que llevábamos soñando desde que salimos de Lhasa y dando vueltas al Barkhor. El domingo, en un vuelo que se retrasó 5 horas, volvimos a Pekín y el lunes no me podía creer que tuviese que sentarme delante de una ordenador para ganarme la vida.

Y fin.