China 2002 - De Shanghai a Kashgar (32/112)



Kashgar


Esta centenaria ciudad-bazar tiene que vérselas hoy con una modernidad que viene empujando fuerte y sin miramientos desde el Este. Las callejuelas intrincadas del barrio viejo son cortadas por los nuevos trazados chinos. Algunas casas dejan la mitad de sus habitaciones abiertas a la calle tras el hachazo de una avenida asfaltada. Ni siquiera la vieja muralla de tierra ha sido respetada y un bulevar la atraviesa por un gran boquete. La Plaza del Pueblo se ha comido una parte del casco antiguo y en su centro la mole de Bank of China mira la efigie monumental de Mao. El Lider, a su vez, mira los nuevos barrios de cemento, que no difieren en nada de los construidos en el resto del país, a miles de kilómetros. Afortunadamente, a su espalda, a salvo del “progreso” permanece lo demás: Un barrio antiguo sacado de un cuento de las mil y una noches.
Pasear por las viejas calles de Kashgar es un placer para los sentidos. A cada paso se encuentra un artesano que trabaja ante tus ojos. En unos minutos un trozo de cobre se transforma en caldero o una piel de cordero en sombrero. Un paso más allá tropiezas con joyeros, panaderos, carniceros, dentistas, barberos, comercios de especias, farmacias, casas de te, comedores con sus pinchitos humeantes a la puerta. Por todas partes huele a pan con cebolla recién cocido, a carne de cordero asada y a melón maduro. Esquivas las bicis, los carritos tirados por un burro, las señoras con un pesado burka de paño marrón, huyes de las hordas de niños y sigues andando. Al cabo de un rato has pasado frente a 30 mezquitas. Se diría que hay una por cada dos casas!. Kashgar es, sin duda, la ciudad más religiosa de Xinjiang.
Todos los domingos desde muy temprano la ciudad entera entra en ebullición. Es el gran bazar semanal. De toda la comarca llegan carritos tirados por burros cargados con todo lo que uno pueda imaginar. Las mercancías se extienden en puestos ordenados o simplemente al lado de la calle. Todo se compra y se vende. Desde alfombras hechas a mano, pasando por brebajes "curativos", hasta aquel radiocasete que tiraste hace 20 años a la basura en Madrid y que de algún modo ha llegado hasta aquí.
El bazar es la ocasión ideal para charlar con la gente mientras compartes un melón, para aprender a liar pitillos uygures o dejarse aconsejar sobre la cocina local. Una vez terminado, Kashgar recupera su ritmo normal. Vuelve a ser la ciudad de artesanos y comerciantes. Un punto de paso estratégico hacia Asia Central como lo ha venido siendo durante siglos.
Lo más inquietante de la destrucción del viejo Kashgar es la opinión de sus propios habitantes. Cuando se les pregunta que parte de la ciudad prefieren la respuesta es unánime: la nueva. Esperemos que esas viejas casas que se solapan unas con otras hasta convertir las calles en tuneles perduren por mucho tiempo.